Opinión
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Permanencias y cambios
H

ace unos meses, un grupo de observadores de la realidad nacional avanzó la peregrina idea de que México era un país de clase media. Este planteamiento, que tenía más de ideología que de evidencia empírica, ha sido refutado de manera contundente por el reporte de Coneval que se dio a conocer a principios de esta semana. Según este documento, en 2012 más de 61 millones de mexicanos, es decir, la mayoría de la población, vivía en condiciones de pobreza patrimonial ( La Jornada, 30 de julio). Contrariamente a lo que afirmaban los observadores, que enfatizaban la perspectiva del cambio social, los resultados de Coneval nos hablan más de rasgos permanentes, estructurales, de la sociedad mexicana, tales como la pobreza y la desigualdad, que se han mantenido en un contexto de cambio político.

Los autores del ensayo Clasemedieros (Luis de la Calle y Luis Rubio, Clasemedieros, Nexos, mayo de 2010) elaboraron su texto con base en impresiones personales, en conjeturas de débil fundamento, pero sobre todo en el deseo de celebrar el statu quo. Afirmaban, por ejemplo, que los indicadores más evidentes de que la sociedad mexicana se convertía en una sociedad de clase media mayoritaria eran el aumento del tráfico en las ciudades o las colas en el peaje. Es cierto que también se referían a otros indicadores más apropiados, aunque discutibles en tanto que variables que caracterizan la pertenencia a la clase media, como el aumento de la proporción de mujeres en la fuerza laboral, fenómeno que habla más de crisis económica, de desempleo del marido o del padre, o de inflación y de la necesidad de que todos los miembros de la familia contribuyan al ingreso del hogar. Para apoyar su hipótesis de que México era un país de clase media, De la Calle y Rubio también se referían de manera un tanto confusa al tipo de hospitales, las salas de cine, el turismo, las universidades, etcétera. Supongo que lo que querían decir es que algunos grupos sociales han desarrollado patrones de consumo que justifican la construcción de instalaciones modernas y de lujo. No obstante, a las que aluden son antes que nada producto de un peligroso proceso de segregación social, transcurrido en las últimas tres décadas, que ha acompañado otros dos fenómenos que de ninguna manera podemos celebrar: la concentración del ingreso y la estratificación social.

Es probable que De la Calle y Rubio vieran solamente a los sectores de la población que, como ellos, viajan en coche; y que, en cambio, no vieran a los cientos de miles de mexicanos que utilizan transporte colectivo, o que, simplemente, caminan, y como no los ven, no existen. No los ven porque sus caminos no se cruzan, y los caminos no se cruzan porque hoy en México los ricos, entre los que se incluye una buena proporción de las clases medias, han hecho un gran esfuerzo por crear espacios reservados y excluyentes que les permitan vivir sólo entre gente como ellos, la fantasía de que todos los mexicanos son –o viven– como ellos, al mismo tiempo que cierran los ojos a la pobreza que los rodea, o fijan la mirada en San Diego, California, o en Miami, antes que asomarse a la realidad de su entorno.

El reporte del Coneval obliga a hacer una reflexión seria a propósito de la política económica de los últimos 30 años, cuyo fundamento es la empeñosa preservación de los equilibrios macroeconómicos sostenidos en un principio de austeridad y de contracción del gasto público. Esta política ha tenido costos sociales muy altos, como lo prueba el documento de marras, y una tasa de crecimiento del PIB inestable y mediocre, que ha oscilado entre -6 y 4 por ciento. Sin embargo, la continuidad de la política económica se ha convertido en una sacrosanta premisa para lograr el buen gobierno, con la que se comprometieron los sucesivos gobiernos desde los años 80. Este compromiso les ha ahorrado el esfuerzo imaginativo que merecería el combate a la pobreza, que tendría que ser la prioridad del gobierno. Esta causa exige la movilización y el apoyo de la opinión, pero también el abandono de dogmas que han probado su ineficacia, porque se ha mantenido la ortodoxia económica, pero México no crece, las clases medias tampoco. Lo único que crece parece ser la desigualdad.