Quique González y Los Detectives – Gira ‘Me mata si me necesitas’

Quique

Quique, Edu y Pepo

—Visten de negro. Y chalecos. Ahora, también llevan chalecos. Ah, y hay una chica. Acaba de unirse a la banda, pero yo de ustedes me andaría con ojo con ella.

Cuando todos creíamos que el caso estaba cerrado, el inspector llegó a Jefatura farfullando y con una pila de documentos bajo el brazo que hizo estallar sobre el escritorio.

—El tipo ha vuelto a juntar a la banda. Tengan cuidado ahí fuera —y con un sonoro portazo se encerró en su despacho.
—¿El tipo? —preguntó el novato —todos le saludan, pero no le conocen. Acababan de trasladarlo desde otra comisaría y aún no estaba al tanto de los entresijos de nuestro día a día. Y mucho menos de la obsesión del inspector con ‘el tipo’.  No nos costó mucho hacerle entender. Bastaron una decena de discos y un par de libros. Desde el servicio de Documentación accedió a fotos, reseñas y entrevistas, que hicieron el resto.
—¡Coge la gabardina, chico! Tenemos un soplo. Esta noche van a dar un golpe.  ¡Y no olvides el material! —la voz del inspector le sobresaltó y el novato apenas pudo encontrar su sombrero antes de salir a la calle. Y eso que le pesaba más que la cabeza…
—No te dejes engañar. Ahora se hacen llamar Los Detectives —le dijo de camino a bordo del coche patrulla—, pero son sospechosos habituales. Recuerda: son pistoleros de sangre caliente. Huyen solitarios al borde de la ciudad. Conducen coches de carreras.
Demasiada información para un primer caso, pensó. Viernes noche. Víspera de fin de semana largo. El novato hizo cábalas. Mientras se acercaban al lugar de los hechos trató de imaginar con qué escenario se encontraría. «Es idea de Silvia Fernández», le habían dicho. «Te llamaremos al teléfono cuando todo esté listo. Tú solo tienes que descolgar». Él apenas comprende nada, pero todos le dicen que no se preocupe. Demasiado tenía ya con seguirle el paso al inspector.
—¿Qué hace toda esa gente ahí apelotonada?
—Hacen cola, señor. Están esperando para entrar.
—Dígales que rompan filas. Ejército de pacotilla —masculló para sí el inspector, desdeñando al medio millar de fieles seguidores allí congregados mientras accedía al interior del recinto. «Laboratorio de las Artes de Valladolid (LAVA)», podía leerse en un cartel serigrafiado.
Ahí fue cuando ambos se perdieron la pista. Mientras en la Sala Blanca del LAVA sonaba de fondo música de jazz para aliviar la espera, de la cercana Sala Negra —¡cómo no!— llegaban acordes de guitarra que acompañaban a un deambular de pasos nerviosos junto a tenues ecos de una voz femenina. A la puerta del recinto, el suelo estaba plagado de un reguero de colillas. El novato tuvo la primera certeza de la noche.
—Aquí han fumao.

El timbre metálico de un teléfono cercano le pilló desprevenido. «Te llamaremos cuando todo esté listo», le había dicho aquella voz misteriosa. Trató de guiarse a oscuras por el sonido y un prorrumpir de aplausos le situó ante el escenario. La cabina, junto a un letrero que indicaba una dirección. Algo que no logró descifrar en un primer vistazo, pero que —según la señal— se encontraba a un kilómetro y medio de distancia. Trató de garrapatear la dirección a oscuras, pero le distrajo el juego de sombras que se producía en una ventana cercana. Tras la celosía, una pareja tocada con sendos sombreros adoptaba diversas posturas. No pudo distinguirlos, pero por momentos podría jurar que había hasta tres personas al tiempo.

Mientras, el inspector trataba, sin éxito, de camuflarse entre el público. Pero apestaba a bofia. Se acercó a la mesa y preguntó a Sergio, el técnico, aunque no logró sonsacarle una palabra. «A mí que me registren. Pruebe con Marc, allí, en los monitores». Nada, era un caso perdido. De ahí, ya con una Heineken en la mano, fue hacia el puesto de merchandising. De camino, no acertó a ver cómo Rafita Carvajal desde la mesa de luces hacía una seña a sus dos compinches al otro lado del escenario. Un par de ráfagas de luz roja previnieron a Flamen y Javito.

 

—¿Se vende algo, jefe? —preguntó el inspector a Richard, la leyenda de Torrelavega.

 

—Algo, sí —respondió lacónico—. Se nota que estamos saliendo de la crisis —añadió con sorna.

 

Quique y NinaEl inspector se quedó de piedra cuando al encenderse de nuevo las luces los vio a todos allí reunidos, sobre el escenario. Iba a pedir refuerzos, pero algo se lo impidió. Se quedó paralizado y embrujado a un tiempo. Desde su posición en la sala no podía confirmarlo, pero hubiera jurado que un rostro ligeramente familiar también estaba con ellos. Los músicos reían y tocaban sus instrumentos divirtiéndose como críos. Sí, no había duda. Eran ellos. Alejandro ‘Boli’ Climent, al bajo y Edu ‘Sunrise’ Olmedo, a la batería, ocupaban la parte trasera de la escena del crimen. A su derecha estaban las dos nuevas incorporaciones. Primero ella: NIna. Caroline de Juan, la desgarradora voz femenina capaz de enmudecer a todos esos tipos duros. Junto a ella, David Schulthess (‘Chuches’) a los teclados y el acordeón. Ambos llegados de Morgan, una de esas jóvenes bandas que conjuga soul y americana a la perfección y que no conviene perderse. En primera fila y de izquierda a derecha Edu Ortega (guitarra, slide, mandolina) y Pepo López (eléctrica) flanqueaban al tipo, que los miraba con una mezcla de orgullo y admiración.

 

QuiqueA estas alturas, hasta el novato sabía que el tipo no era otro que Quique González. El detective jefe goza de cada segundo que pasa sobre el escenario. El de anoche era su décimo concierto de esta gira. Una muesca más en la culata de su revólver. Un Smith & Wesson de seis cuerdas que va alternando de Gibson a Fender entre canción y canción. Todo un asesino en serio. De su cuello cuelga una punta de flecha que se estrecha en el corazón. Su sonrisa centellea como un relámpago cuando abre los ojos y señala a los rostros conocidos entre el público. Está disfrutando como nunca. Pero no ha sido fácil. No sabe rodar por caminos estrechos y la vida siempre pasa la factura. Aprovecha y salda algunas cuentas pendientes. Seguimos sin saber dónde está el dinero y él se lo sigue preguntando. Bromea mucho con uno de los recién llegados. ‘Chuches’, le ha rebautizado Quique. Resulta irónico oír hablar de chuches, dinero extraviado y estribillos que cambian a «sólo son casos aislados». Una muesca más en la culata. Pero no todo van a ser risas. «Tocaba con Lapido y la quería. No podía quejarme de nada», recuerda en otro momento y se nos hace un nudo en la garganta. Aunque nada comparado con ese homenaje paterno, por partida doble. No lo olvida ni en su día libre: «mi padre ya no espera a nadie». Pero la vida sigue. Mañana vuelve a tocar en alguna parte. Así que no se lo pierdan, porque tiene preparadas algunas sorpresas. De haberlo sabido con la voz de Nina y Edu Ortega al violín es una delicia que estremece. Como lo son las poderosas reinterpretaciones de Salitre y Kamikazes enamorados. Nunca sabremos cuántos gramos pesa la insatisfacción. Este crimen pasional continúa causando desperfectos a su paso. Qué más da.

El inspector contemplaba todo esto en silencio. Sólo lo rompió tras teclear un número en su teléfono móvil para comunicar a la central que todo había sido un ligero malentendido mientras The Contours suenan de fondo. El público se partía las manos aplaudiendo cuando el novato enfiló el camino de salida. En la calle le esperaba un Ford Capri del 82. Giró el contacto y se fue dejando un rastro de confeti para vivir como le dé la gana.

 

Galería fotográfica en flickr a cargo de María Parra Serrano.

Setlist:

Los detectives.
Se estrechan en el corazón.
Sangre en el marcador.
Charo (con Nina).
Cerdeña.
Kid Chocolate.
Por caminos estrechos.
Dónde está el dinero.
Tenía que decírtelo.
Tarde de perros.
Crece la hierba.
La ciudad del viento.
Salitre.
De haberlo sabido (Nina).
Piensas rápido.
Orquídeas.
Relámpago.
No es lo que habíamos hablado (con Nina).
La casa de mis padres.
Bis 1:
Pequeño Rock&Roll.
Avenidas de tu corazón.
Su día libre.
Avería y redención.
Bis 2:
Clase media.
Kamikazes enamorados.
Dallas Memphis.

Quique González y Los Detectives – Gira ‘Me mata si me necesitas’. Laboratorio de las Artes de Valladolid (LAVA). 29/04/16. Unas 500 personas.