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“Esta planta no se cierra”

Pacientes y trabajadores llevan seis días amotinados en Bellvitge para evitar el cierre de 206 camas este verano

Jessica Mouzo
Enrique Cruciani es uno de los pacientes afectados por el cierre de plantas en Bellvitge.
Enrique Cruciani es uno de los pacientes afectados por el cierre de plantas en Bellvitge. massimiliano minocri

Carmen Cazorla recorre espabilada todos los recovecos de la planta 12.1 del Hospital de Bellvitge. Ya se la conoce bien. Con un ojo puesto en la habitación de su marido, ingresado en la unidad de infecciosos desde hace 15 días, y el otro en los portones de acceso a la planta, la mujer muestra orgullosa la insignia de la improvisada lucha en la que se ha visto envuelta en los últimos días: “¡Esta planta no se cierra!”, reza un pequeño cartelito amarrado con un imperdible a su pecho. El mismo que empapela, junto a un rotundo “¡No nos moverán!”, las puertas y paredes de la planta.

“Mientras estemos aquí, a mi marido no lo mueven. Ya vinieron varias veces para llevárselo pero hemos dicho que no. Ahora, hasta tienes miedo cuando bajas a tomar un café por si lo trasladan”, explica. Según el plan de hospitalización previsto para el verano, el centro iba a clausurar el pasado viernes la planta donde está ingresado el marido de Carmen, pero la oposición de pacientes, trabajadores y vecinos de L'Hospitalet de Llobregat frenó el cierre de las 24 camas que conforman la unidad.

Junto a varias decenas de personas, Carmen lleva amotinada seis días en las plantas del centro que el hospital ha intentado clausurar. En total, la presión de pacientes y familias ha parado el cierre de tres plantas, con 24 camas cada una y más de medio centenar de pacientes en ellas.

La gerencia quiere dejar este verano fuera de servicio 206 camas, que promete abrir “en otoño”, pero los sindicatos recelan de esta promesa y aseguran que, con la excusa de la medida de verano, cada año, el centro deja cerradas permanentemente alrededor de 40 plazas “que se acaban convirtiendo en despachos y aulas”. De hecho, desde 2009, Bellvitge ha pasado de 906 camas a 621 abiertas, un 31% menos en cinco años. “No es lo mismo cerrar 200 camas de 800 que teníamos en 2010, a cerrar 200 plazas sobre las 600 que conservamos ahora”, apostilla el presidente de la Junta de personal, Ramón Montoya.

A mediodía, un whatsapp y el boca a boca recorren las paredes de un Bellvitge forrado hasta los techos de octavillas contra los recortes. En 15 minutos, una veintena de personas se apoltronan en los pasillos de la planta 12. “Un médico me dijo que esta no era la planta de mi hijo y que si no permitía su traslado a la unidad que le corresponde, no lo atenderían. Que se iba a quedar aquí solo porque esta planta se va a cerrar”, protesta Olga Lezcano ante la atónita mirada de los trabajadores que han acudido al llamamiento. “No te preocupes. Mientras haya un paciente en esta planta, tiene que haber personal para atenderlo”, la consuela una enfermera de urgencias que subió a apoyar la causa a la hora de comida.

El jefe médico del hospital, Carlos Bartolomé, asegura que le “extraña” que un facultativo haya dicho eso porque “ningún médico dejaría sin atender a un paciente”. Asimismo, muestra su “sorpresa” ante las protestas “porque el cierre de camas en verano es algo habitual”. El médico achaca la medida a “la disminución de la presión asistencial” y ha calificado de “error” la actitud que han tomado los pacientes. “Yo entiendo y respeto que se nieguen pero ellos no pueden decidir la organización del hospital”, añade.

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Bartolomé asegura que “se ha reconducido a profesionales de unidades de corta estancia” para cubrir las plantas que tenían previsto cerrar y aún siguen abiertas. El facultativo tambíen niega, tal y como alegan los empleados, que el cierre de camas revierte en un colapso de las urgencias. Bartolomé rechaza que haya habido pacientes en urgencias esperando por falta de camas y justifica que “si algún paciente no subió a planta fue por criterio clínico”.

Enrique Cruciani aprovecha la mañana para dar paseos por el pasillo de la planta 12. De una mano, su madre Mónica; de la otra, el gotero. Es bueno para su corazón y la endocarditis que padece. Enrique se reconoce como el vivo ejemplo de “lo que sucede si recortas en sanidad”. Un año y medio de espera para una intervención en la válvula aórtica ha desencadenado una infección que, con la válvula dañada, lo pone en riesgo de sufrir una embolia. El joven también se ha negado a abandonar la unidad de infecciosos: “Yo puedo callarme. Tengo mi cama y no tendría que preocuparme. Pero quiero luchar por la gente que espera una cama en urgencias. Si mi negativa va a servir para que no cierren la planta y haya más camas disponibles, no me voy”.

A última hora de la tarde, los ánimos seguían caldeados y unas 20 personas se amotinaban de nuevo en la planta ante la presencia de la directora de enfermería, María Antonia Casado, y el director médico. Los concentrados denuncian que los directivos fueron, habitación por habitación, advirtiendo a los pacientes de que la planta se cerraba “sí o sí” y serían trasladados, a pesar de no tener su consentimiento. Ellos, impasibles, insisten: “Esta planta no se cierra”.

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Sobre la firma

Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.

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