Narcotráfico en La Línea Vol. III: Buenos y malos

El tráfico de hachís está dando paso en la zona del Campo de Gibraltar a la entrada de cocaína. En la tercera entrega de esta serie nos adentramos en el modus operandi de los grupos en el mar.

Las embarcaciones de la batalla en el Estrecho.

© Matías Costa.

Arturo Lezcano viaja al que se ha convertido en los últimos años en el punto caliente del narcotráfico en Europa. En una serie de 4 reportajes explica la nueva situación en La Línea desde el punto de vista de sus protagonistas. Lea la serie aquí .

A la embarcación que está a punto de salir a patrullar en aguas del Estrecho suben los tripulantes de la lancha con pasamontañas. Solo dejan los ojos al descubierto para el fotógrafo. Es la Unidad Combinada de Vigilancia Aduanera, un cuerpo policial que pasa desapercibido para la mayoría de la población. Técnicamente pertenece a Hacienda -los hombres de Montoro, los ha denominado la prensa alguna vez- pero son los responsables de, entre otras cosas, combatir el contrabando, lo que los convierte en los guardianes del Estrecho. Aquí son ellos quienes vigilan por mar y aire el tráfico de productos ilícitos. Y eso hoy supone algo mucho más peligroso que hace dos décadas. “Pasamos en veinte años de los botecitos a las persecuciones y acometidas. Aquella idea romántica de yo te localizo y te encuentro se quedó muy atrás. Hemos tenido que hacer una tarea de constante adaptación en el mar”, dice el jefe de la Unidad, Capote. Ha sido y es una particular carrera tecnológica. Cuando el narcotráfico usaba embarcaciones Phantom, Aduanas ponía en liza las Hidrojet, luego de segunda generación y más tarde tercera, las Águilas y las Fénix, cuando los grupos narcos se pasaron a las semirrígidas, las célebres gomas. Pero el cambio principal hoy es la forma de trabajar de los traficantes.

Ya no trabajan solos en el mar, a partir de aquí van en grupo, una lleva la carga y las otras le dan apoyo, les llevan combustible, alimentos o un cambio de tripulación si es necesario. Ya no importa solo la carrera. Antes buscaban huir cuando se veían acosados, o se rendían. El símil más cercano es el de los bombarderos que van rodeados de cazas. Así se mueve el cargamento y se protege a toda costa. “Ellos acometen, recortan, apuran el rumbo hacia colisión y al final viras. Mientras eso ocurre, la nave con la carga gana tiempo, segundos valiosos de ventaja. Pero ha habido ocasiones desgraciadas en que fallaron en la maniobra y se han matado”, cuenta, mientras repasa las cifras de incautaciones anuales: En los cinco primeros meses de 2018 se han incautado 75 toneladas de hachís, más de la mitad de 2017, cuando se intervinieron 145, y de momento ya van 300 detenciones, dos al día.

La evolución histórica coincide con la que da el narco. “Llega un momento en que se dan cuenta de que tienen embarcación, piloto, ruta, guardería, todo. Así que cambia el objeto del contrabando y se pasan a algo que les rinde más: el hachís. Los cachorillos que trabajaban con el tabaco se hacen cargo del hachís y cambia la pantalla”.

El cambio de idea va a acompañado de la tecnología, como se puede ver en el mismo puerto, con las lanchas decomisadas a los narcos. Son gomas con casco rígido, plano, sin apenas calado, y con protección lateral es el inflado neumático, la parte más débil de la embarcación, que le permite alcanzar esas velocidades porque es una estructura de aire. Lo más pesado son los motores, tres bichos de 350 caballos cada uno que les permite alcanzar más de 60 nudos, unos 110 kilómetros por hora, lo que las convierte en torpedos cuando en vez de huir hacia aguas territoriales marroquíes, como antes, atacan.

Los agentes que patrullan el Estrecho hace tiempo que no muestran su rostro.

© Matías Costa.

En tierra no dista mucho el método del marítimo: Se puede decir que la táctica ofensiva va unida a la forma de actuar en tierra. “Te cruzan coches, te arrollan, colisionan. La línea divisoria entre su actividad y la mía se ha borrado, el mínimo respeto se ha perdido y ahora van a por ti, el agente de la autoridad es un objetivo a batir ”, cuenta un agente con una braga térmica hasta la nariz, casi una década en terreno. Cuando llegó hacía vida normal. Hoy dice estar señalado. “Nos vemos en supermercado de marcha y en los colegios, porque los hijos de los narcos van a nuestros colegios. El trabajo se ha complicado”. Una ex integrante del grupo, destinada en otra unidad hace casi diez años, no se cree lo que escucha de sus compañeros. “Sabías que no iba a pasar nada, que en cuanto te viesen tirarían los fardos. Eran chavalitos”. Ya no es así.

En el intrincado tablero de narcos y policías existe una unidad de elite que se dedica a descabezar organizaciones, dragones que multiplican sus cabezas si se les deja escapar a tiempo. Es el Grupo de Respuesta Especial para el Crimen Organizado, el Greco, de nuevo sin nombres o rostros a la vista. Con la discreción por bandera acometen las investigaciones –de meses, de años- apuntan altísimo. “Tratamos de llegar lo más arriba posible en las investigaciones para llegar al tío más fuerte de esa organización en España”, dice uno de los dos agentes del Greco Cádiz, sentado en una mesa que hace esquina en un café anodino frente a un centro comercial perdido en el nudo de autovías y carreteras de la comarca. Todo parece pasar desapercibido en ellos, pero están ojo avizor. Hacer sin que se sepa que hacen. “Los conocemos mejor que lo que se conocen ellos mismos. Después de escucharlos durante seis meses, sabemos cuándo mienten a la mujer o a un compinche. O cuándo van de fiesta o a una reunión de negocios. Si el malo tiene una cita a las 3 de la mañana, vas. Si se va a una cita a 500 kilómetros, vas, sean vacaciones, llueva o truene. Hay que salvar la investigación. Si no aguantas esto no vengas, no aguantas el ritmo”.

Seguramente los mejores conocedores de la situación en la sombra, los agentes del Greco insisten en que la comarca es problemática, pero tan solo es la punta del iceberg. “Un día empezamos aquí y acabamos investigando en Huelva, como en una de las últimas operaciones que hicimos: 4.000 kilos de hachís. Salían con embarcaciones de un polígono en Manilva, iban a Marruecos, cargaban y hacía transbordo tipo nodriza cerca de Huelva. Diversifican cada vez más y no hay manera”, cuenta uno. Al momento le interrumpe el otro: “O como la organización que tiraba la goma en el Guadalquivir, iba hasta Nador, volvía a cruzar el Estrecho y descargaba en Motril. ¿Cómo controlas eso?”

Por ejemplo, cuando ven un Range Rover entrando al parking vecino. “¿Ves? Ese probablemente sea “malo”. Es el coche favorito de ellos, se venden como rosquillas y cuestan 50.000 euros, así que es fácil que lo sea”, apuestan.

“Malos” es el nombre genérico para los narcotraficantes y sus colaboradores, una amalgama que se reparte por la costa pero a la que los investigadores y sindicatos policiales le ponen cifras: solo en La Línea son 30 organizaciones las que se reparten el negocio del hachís. De ellas seis o siete son la “división de honor”, como califica un investigador, repartidos entre los que trabajan en las playas de Poniente y las de Levante. En estas últimas, Los Castaña, paradigma del narcotraficante exitoso pero al límite. Los hermanos Francisco y Antonio Tejón, 39 y 34 años, tienen su feudo en La Línea pero para fuentes policiales están “acorralados”. Según versiones, uno está en Gibraltar y el otro en La Línea, pero durante muchos años han vivido encerrados en el barrio donde se sienten amparados. “Lo que pierden es tiempo de condena, porque tarde o temprano los vamos a pillar”, desafían los agentes del Greco.

Entre los suyos llevan el consabido sello de benefactores, por la ayuda que prestan a cientos de personas en su pueblo. Dinero rápido a cambio de una actividad relativamente fácil Pero de momento llevan una vida de lujos a su manera, en su casa o lejos de La Línea. Una persona que los ha tratado personalmente cuenta que “tienen el predominio del negocio, indiscutiblemente, y tienen un método depurado y una logística probada. La policía piensa que son un grupo de catetos brutos... y de tontos no tienen nada. Y si viven en La Línea es porque allí tienen todo. Y sus casas tienen pinta cutre por fuera pero por dentro son de alto lujo. Ahora bien, antes se les podía encontrar en Ibiza, en un barco de recreo o en un casino jugando con fichas de mil euros, y ole sus cojones. Pero en la calle, nada”, dice.

“Nunca puedes juzgar por las pintas en este negocio. Al que ostenta se le ve a las leguas. Al bueno no se le pilla por eso”, coincide la policía. En lo cotidiano se ve en los coches, pero también en la sin par moda, ropa deportiva de marca (incluida Yamaha, la marca japonesa de motor) , grandes y caros relojes. Pero no son nada sofisticados. Llevado al blanqueo del dinero en catarata que ganan es igual. No son grandes estructuras financieras, sino pequeños negocios o artículos de lujo cuya compra no dejen rastro. Y el resto, al zulo. Hay agentes que llevan años esperando a que en una operación salgan de la tierra, literalmente, los cientos de bidones de plástico que desaparecieron hace años en Cádiz. Ellos apuestan a que están enterrados y repletos de dinero del narco.