Narcotráfico en La Línea Vol. II: la policía

El tráfico de hachís está dando paso en la zona del Campo de Gibraltar a la entrada de cocaína. En la segunda entrega de esta serie asistimos al mayor decomiso de cocaína ocurrido en nuestro país.

Agentes de policía encapuchados patrullan el puerto de Algeciras.

Matías Costa

Arturo Lezcano viaja al que se ha convertido en los últimos años en el punto caliente del narcotráfico en Europa. En una serie de 4 reportajes explica la nueva situación en La Línea desde el punto de vista de sus protagonistas. Lea la serie aquí .

El hangar, en un rincón cualquiera del puerto de Algeciras, se llama “centro de inspección no intrusiva”, y esconde una herramienta que podría compararse a un imán para atraer agujas en un pajar. Se trata de un escáner gigante, que consigue radiografiar contenedores para detectar cargas ilegales. Pero para llegar allí ha tenido que pasar una serie de controles previos, sujetos a un sistema de análisis de riesgo que cruza parámetros hasta decidir mandarlo a escáner. “En el aeropuerto te mandan abrir la maleta. Aquí se abre el contenedor”, dice una operadora del sistema. No hay controles aleatorios y los números hacen comprender por qué. Este uno de los grandes puertos de mercancías más grandes de Europa, y uno de los que más crece. Algeciras es la llave de paso entre América y Asia.

Y por aquí entran, también, sustancias ilícitas de todo tipo. Es también, claro, la mayor puerta a Europa de la cocaína sudamericana. Cada día entran más de 7.000 contenedores. En esas mismas 24 horas, el aparato consigue escanear a unos 35 contenedores, poco más de un 0,05% por ciento. “Harían falta cientos de escáners y de personal especializado, pero sobre todo se detendría el comercio mundial”, dice Lisardo Capote, jefe de la Unidad Combinada de Vigilancia Aduanera. Hace diez años que Capote llegó, ya como jefe, a esta unidad. Antes trabajó en Girona, Huelva y Jerez, pero no se sentía completo. “Yo quería esta unidad. No me gusta estar en tierra. Ni en Jerez. Y eso que soy de allí”.

Se ve al instante que lo suyo es estar a pie de operativo. Será por eso que no para de andar corriendo, aunque en apariencia no haya mucha actividad. De hecho, hoy no hay ninguna: el escáner en cuestión funciona 365 días al año. Pero ese miércoles de 2018, justo ese día, el aparato no funciona. “Mantenimiento”, dicen en oficina, pese a haber marcado la visita con semanas de antelación. Se aprecia tensión, no se sabe bien por qué. Al salir al exterior a la unidad marítima, una agente escolta con ametralladora un camión-contenedor sin razón aparente. Mientras Capote habla conmigo, el teléfono no para de sonarle y él contesta con monosílabos al interlocutor. Atando cabos, no puedo evitar interrumpirle: “¿Qué pasa?, ¿ha habido una incautación?”

Se ríe. No hace falta más, pues enseguida llega una convocatoria de una rueda de prensa urgente para la mañana siguiente en ese mismo lugar. Sin saberlo, estábamos durante todo el día en la cocina de una operación de envergadura desconocida. De ahí el escáner parado, de ahí las ametralladoras de custodia, de ahí la tensión.

Un policía de Aduanas vigila la mercancía incautada en el puerto de Algeciras.

Matías Costa

Al llegar al día siguiente a la rueda de prensa en el famoso centro de inspección no intrusiva, el hangar es un hervidero de agentes uniformados, fusil de asalto, metralleta, arma corta, chalecos de diferentes colores, azul verde y azul marino, agentes intercalados, preparación para la llegada del ministro, y, efectivamente, el mismo camión que era custodiado con celo –y con razón- el día anterior: de sus tripas los policías sacan 8740 kilos de cocaína, que habían llegado dentro de cajas de bananas procedentes el puerto de Turbo, en el Caribe colombiano. Presumiblemente conectado a un grupo haliado del Clan del Golfo de Urabá, el cartel narcoparamilitar mas grande del país sudamericano que controla la mayor parte de la droga que sale de sus puertos. Eran fardos con la inscripción Iphone, la marca del laboratorio clandestino que suelen dejar con rimbombantes nombres para destacarse del resto. Desde la época de los grandes carteles colombianos de los 80, los traficantes identifican su material con marcas o logos comerciales para que en destino los compradores tengan un sello de garantía. Si la droga llega rebajada saben a quién reclamar.

Agentes muestran la droga camuflada durante el decomiso.

Matías Costa

Es tal el ritmo de incautaciones –por ende de tráfico de cocaína- en Algeciras que los periodistas locales tienen la sensación de vivir un deja vu constante, un día de la marmota con las comparecencias por grandes decomisos. Llega el ministro Zoido y posa frente a los fardos apilados. Lo presenta como “el mayor decomiso de la historia del narcotráfico en España”. Y el mayor de Europa en un contenedor. “Si en diciembre estábamos aquí con casi 6 toneladas incautadas, hoy esta marca ya ha sido superada gracias a la pericia de los cuerpos de seguridad”.

Los agentes de aduanas reconocen que el volumen de aprehensiones es preocupante. Los datos oficiales aportan datos que conviene leer con atención: en lo que va de 2018 ya se ha incautado más cocaína que en todo 2017: 12.000 kilos. Y ese año pasado la cocaína recuperada supone cuatro veces más que el total del año anterior. Las autoridades colombianas han alertado de una bonanza cocalera que está provocando la salida masiva de mercancía, que en Algeciras encuentra un hueco por donde entrar y salir directa a la distribución en Europa, gracias a la implantación de organizaciones con un funcionamiento muy engrasado. Es por ello que autoridades y policías dicen desconocer la existencia de lanchas cargadas de cocaína: “Se lleva hablando tiempo de esa ruta desde äfrica, pero nosotros solo encontramos una vez una pequeña parte de pastillas de cocaína dentro de un alijo de hachís. Si hay lanchas, nosotros no las hemos encontrado”, dice un agente de aduanas. La infraestructura está, desde luego, trabajada en puerto.

Uno de los procedimientos más efectivos de estos grupos es el llamado “gancho ciego” o “gancho perdido”. Consiste en que una organización coloca la mercancía en origen escondida en otra totalmente legal, ya sea madera, papaya, piña u otra fruta sin que lo sepa la empresa expendedora. El contenedor llega a Algeciras y entra en acción la organización local. Con ayuda de personal del puerto involucrado, un grupo de ninjas –todos vestidos de negro comando- se meten en un camión de doble fondo hacia la zona de contenedores. En la oscuridad salen, localizan la mercancía en el contenedor correspondiente, y lo cargan en otro camión con doble fondo, poniéndole un precinto falso al contenedor original. Los dos camiones salen juntos. La mercancía va directa a la guardería para luego ser distribuida y ellos, a cambiarse de ropa y volver a su vida normal. Reconoce un agente que “salen tranquilamente por la puerta, porque dentro del movimiento del puerto dos camiones son dos pececitos en un enorme banco de peces”. ¿Y el personal corrupto del puerto? “Pues como siempre, el perro y el gato: ellos tienen gente en el puerto y nosotros tenemos gente que vigila a esa gente”. Y así llegan los éxitos.

Es un gran día para los combatientes del narco. Y el Greco (grupos de respuesta especializada contra el crimen organizado) , junto a agentes especiales de Aduanas, no lo disimulan. A puerta cerrada, cuando el último periodista abandona el hangar, todos posan para la foto, abrazados, con las nueve toneladas atrás. Es como el selfie de un vestuario tras ganar la Champions, de un elenco tras ganar un oscar: el culmen del trabajo realizado, el sudor bien ganado después de mucho tiempo. El trofeo máximo.

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