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La actriz Awkwafina de la película Crazy Rich Asians en la alfombra roja de la presentación de la película en Atlanta, Estados Unidos. Paras Griffin/Getty Images for Warner Bros

La comedia romántica Crazy Rich Asians -protagonizada sólo por actores de origen asiático- está triunfando en Estados Unidos, mostrando el conflicto entre el individualismo occidental y la tradición china. Pero, sobre todo, es un retrato realista de una élite económica cada vez más potente. 

 En la escena inicial de Crazy Rich Asians, una mujer asiática llega, junto a sus hijos, a un lujoso hotel de Londres en plena noche lluviosa, a mitad de los 90. Se acerca a los recepcionistas y les pide que le acompañen a la suite que ha reservado su marido, el señor Young. Los recepcionistas le responden con sorna que no hay ninguna suite a su nombre, y que mejor se busque otro hotel, por ejemplo “en Chinatown”. La señora Young, con cara consternada, les pide hacer una llamada a su marido. Ellos la mandan a una cabina pública en pleno chaparrón nocturno. Cuando la señora vuelve a entrar en el hotel, totalmente empapada, aparece un hombre mayor -el propietario de la cadena de hoteles- y pide a los sorprendidos recepcionistas que acompañen a la señora a la suite. El señor Young acaba de comprar toda la cadena de hoteles.

Esta escena de Crazy Rich Asians podría ser el inicio de cualquier película de súperricos que, a golpe de talonario, pueden comprar el mundo que les rodea a su antojo. La cuestión diferencial, en este caso, está clara: las caras que realizan esta compra sin despeinarse no son ni occidentales, ni rusas, ni árabes, sino asiáticas. Una realidad económica que aparece cada vez más en los periódicos y en las revistas de tendencias, pero que pocas veces se había visto de manera tan clara en una película de escala mundial.

Pero, ¿por qué ha triunfado tanto en Estados Unidos -con unos números arrolladores, liderando la taquilla varias semanas- una película sobre súperricos asiáticos? ¿Por qué la revista Time anunciaba sin miedo en su portada que Crazy Rich Asians “va a cambiar Hollywood”? El motivo principal es que, desde 1993, el cine estadounidense no se arriesgaba con una película protagonizada exclusivamente por caras asiáticas. Este film -con todas las expectativas que ha generado en la comunidad asiática estadounidense- ha conseguido demostrar que una película de estas características no está destinada al fracaso, sino que puede triunfar, ser divertida y conseguir contar una extravagante historia de millonarios asiáticos que, por delirante que nos parezca, encaje bien en nuestro imaginario. También hay otros motivos más circunstanciales que explican su éxito, como apunta el ya citado artículo de Time: las audiencias asiáticas de Hollywood están creciendo (y también el dinero oriental invertido en esta industria), y además hay un aumento del interés occidental alrededor de la cultura pop asiática (las series, la música k-pop y los productos de belleza surcoreanos; el estilo de ropa japonés exportado por la marca Uniqlo).

En cuanto al contenido de la película, que esta no sea extraña al público occidental no significa que esté occidentalizada. Precisamente, buena parte de la gracia del film es que está inmerso en pura cultura asiática, sin necesidad de edulcorarla para que el espectador occidental la entienda. Las familias millonarias de origen chino se reúnen en la mesa para charlar y hacer a mano raviolis tradicionales (jiaozi), sin que eso parezca raro. Los protagonistas juegan una partida de mahjong en un momento decisivo de la película, en una escena muy cargada de detalles simbólicos -para aquellos que entienden este juego-, sin que parezca menos emocionante que una partida de póquer. En ningún momento eso parece raro, sino que es el escenario normal en el que se mueven los personajes.

A veces, incluso, el hecho de hacer de lo asiático lo “normal” tiene un cierto toque de venganza. En una de las mejores escenas de la película, en la que la protagonista está comiendo en la barroca casa de unos nuevos ricos singapurenses, el padre de familia, vestido de brillantes con pelo a lo Elvis, les dice a  sus hijos que no dejen nada de comida en el plato, ya que “hay muchos niños muriendo de hambre en América”. Otro ejemplo: en la escena de la película donde aparecen más blancos -una fiesta en un gigantesco buque de carga en pleno océano- la mayoría son supermodelos caucásicas a las que no se oye hablar en ningún momento, ni tienen relevancia en la trama. Sólo los asiáticos realmente importan.

Pero, aparte de este giro en los roles asiáticos de las películas de Hollywood, ¿qué realidades muestra esta comedia romántica? ¿Qué nos puede interesar más allá de pasar un buen rato frente a una película merecidamente rompedora?

En primer lugar, uno de los conflictos clave -y el que más se ha destacado en las críticas estadounidenses- es la dicotomía entre ser asiático y ser asiático-americano. Crazy Rich Asians muestra este dilema a través de dos de sus personajes: la protagonista de la película, Rachel, y la madre de su novio, Eleanor. Rachel es asiática-americana, profesora de economía en Nueva York e hija de madre inmigrante. Eleanor es la matriarca tradicional china y madre-tigre que vigila estrictamente la vida de su hijo. El choque que presenta es el dos mentalidades: el individualismo americano y la tradición familiar china -la película deja en mejor lugar lo primero-. Hay series que han tratado cómo la segunda generación de inmigrantes ha crecido absorbida en el modo de vida estadounidense (Master of None es un buen ejemplo); en el caso de Rachel, no acaba de ser el caso. La protagonista tiene una mentalidad más bien individualista, pero sabe hablar chino, entiende y practica ciertas tradiciones culturales, e incluso piensa estratégicamente cómo lidiar con su futura suegra al estilo de El arte de la guerra -curiosamente, una interesante autora taiwanesa que vivió en España, San Mao, tiene un artículo en el que batalla con su suegra española mediante una mentalidad táctica bastante similar a la de Rachel-.

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Dos mujeres entrar en la tienda de la marca de lujo Hermes en Singapur. Roslan Rahman/AFP/Getty Images

La segunda realidad que muestra la película es la vida en la ciudad-Estado de Singapur, donde sucede casi todo el film. Aparece desde el lujoso aeropuerto de la ciudad -donde incluso hay un jardín de mariposas-, hasta el espectacular Marina Bay Sands -formado por un largo yate sostenido por tres rascacielos-, pasando por el popular mercadillo de comida callejera Newton Food Centre. Pese a esta variedad, la mayoría de críticas que ha recibido Crazy Rich Asians han sido en relación a la imagen que da de la ciudad y de la gente que vive allí. Se ha dicho, por ejemplo, que sólo muestra el Singapur más brillante y fashion, obviando los problemas sociales que esconde; o también que pasa por encima de las minorías étnicas que hay en Singapur, sólo centrándose en la mayoría de origen chino. A decir verdad, estas críticas no acaban de tener demasiado sentido: la película se centra en una élite de súperricos y su trama sólo abarca este segmento social -si se aplicara este baremo, todos los films deberían representar todos los estratos sociales, lo cual, obviamente, es imposible-.

Pero, dejando de lado estas quejas, ¿es Crazy Rich Asians realista respecto a cómo son las jóvenes élites singapurenses? Según han declarado varios asiáticos ricos reales de Singapur, el retrato que hace la película es bastante fiel a la realidad. Las fiestas con supermodelos, el consumo desproporcionado de caviar o las enormes celebraciones en yates o islas privadas no son un mito; los lugares donde se dejan ver los personajes de la película también son los habituales entre esta élite. Esta verosimilitud es marca de la casa del escritor Kevin Kwan, autor de la novela en que se ha basado la película: Kwan viene de una familia rica de Singapur y creció rodeado de estos jóvenes acaudalados y derrochadores. Casi todo lo que explica en sus novelas -asegura- está basado en cosas que ha visto u oído directamente de este estrecho círculo social, incluida la existencia de peces a los que se ha practicado cirugía estética.

Sin embargo, el retrato que hace Crazy Rich Asians va más allá de Singapur: sintetiza un nuevo grupo de jóvenes asiáticos extremadamente adinerados (y extremadamente reales) que van entrando en los grandes círculos del dinero mundial, y que cada vez son más numerosos. Actualmente, hay ya más milmillonarios en Asia (784 en total, 44 de ellos en Singapur) que en Norteamérica (aunque las mayores fortunas siguen siendo de Estados Unidos). De 2016 a 2017, la fortuna de estos milmillonarios asiáticos aumentó en casi un 50%.

Los hay nuevos ricos -especialmente en China-, de ostentación barroca, brillantes y oro en las casas (y grandes logos de marca en cada pieza de su ropa), representados en la película mediante la familia de una amiga de Rachel; y también hay los viejos ricos asiáticos, con dinero y prestigio de varias generaciones, modales educados a la manera anglosajona, intenso elitismo y fuerte arraigo de valores tradicionales, representados por Eleanor, la madre del novio de Rachel.

Sean más descarados o refinados, no hay duda de que esta élite ha ido creciendo en las últimas décadas. Los datos son claros: Asia Oriental es la zona donde la riqueza está subiendo a niveles más rápidos (eso sí, América del Norte y Europa tienen más riqueza total), y cuatro de las 10 ciudades con más milmillonarios del mundo están en esta región (con Hong Kong en el segundo puesto, sólo con Nueva York por delante). Los hijos de esta generación de ricos asiáticos están cambiando las urbes occidentales y situándose al nivel de las grandes fortunas que habían dominado el mundo décadas antes.

La paradoja es que el país asiático donde estos ricos están aumentando más, China, es el que tiene un gobierno que más recela de ellos. No parece demasiado probable que Crazy Rich Asians se estrene en el gigante asiático, en medio de una dura campaña anticorrupción que preconiza la austeridad y valores opuestos al dispendio y lujo extravagante ostentado en esta película. El exhibicionismo de los llamados fuerdai (ricos de segunda generación) ha desatado críticas en las redes sociales chinas, sobre todo en relación a la desigualdad creciente del país. Al Partido Comunista le preocupa este resentimiento -y, recordemos, en China nadie es demasiado famoso o rico para escapar del poder del Gobierno, ni siquiera la actriz más popular del país-.

Y es que las élites, por muy globalizadas que estén, a veces no pueden desligarse del lugar donde nacen.