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¿Y si Italia tiene razón y quien se equivoca es Bruselas?
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¿Y si Italia tiene razón y quien se equivoca es Bruselas?

El Gobierno populista de Roma ha puesto sobre la mesa un programa económico heterodoxo que no gusta a Bruselas. Lo que plantea la Comisión Europea es más de lo mismo

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Foto: Reuters.

El comisario europeo de Asuntos Financieros, Pierre Moscovici, ha dicho del eurodiputado italiano que pisoteó sus notas a comienzos de la semana pasada que es un “cretino, un provocador y un fascista”. Probablemente, tenga razón. Es evidente que la extraña coalición que gobierna Italia representa lo peor de los valores europeos. Y ese tipo de actos solo muestran el desprecio por instituciones democráticas.

Los jefes políticos del eurodiputado, Salvini y Di Maio, son, de hecho, xenófobos, populistas y demagogos, que, en el fondo, son términos sinónimos. Lo que proponen es, ni más ni menos, que un regreso al pasado más negro de Europa, cuando el nacionalismo intransigente acabó en la peor de las tragedias. Y tiene razón la Comisión Europea cuando en la carta que le envió el pasado 23 de octubre al Gobierno italiano devolviéndole el plan presupuestario, le recordaba que el país transalpino ha sido uno de los más beneficiados por la política de solidaridad de la Unión Europea.

placeholder El ministro de Desarrollo Económico italiano, Luigi di Maio (i), y el ministro del Interior, Matteo Salvini. (EFE)
El ministro de Desarrollo Económico italiano, Luigi di Maio (i), y el ministro del Interior, Matteo Salvini. (EFE)

En la misiva, se le recuerda a Roma que le ha favorecido la flexibilidad que incorpora el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) en una cifra que ronda los 30.000 millones de euros, mientras que, igualmente, Italia ha sido el segundo país que más se ha beneficiado del Plan Juncker, con inversiones que rondan los 8.900 millones de euros, y que pueden generar otros 50.100 millones en nuevos proyectos.

Nada que objetar hasta aquí. El problema es lo que viene a continuación. A Bruselas le parece un escándalo económico que el déficit público se vaya a situar en el 2,4% del PIB el año próximo (España acabará este año en el 2,8%), seis décimas por encima del cierre previsto, mientras que en los años siguientes se situará en el 2,1% y en el 1,8%. Es decir, por encima de lo pactado anteriormente con la Comisión Europea.

Lo que le preocupa a Bruselas es que con una deuda que representa el 131% del PIB la sostenibilidad de las cuentas públicas sea inviable

La discrepancia, como reconoce Bruselas, nace de una realidad incuestionable: la economía italiana crece por debajo de lo previsto cuando se pactó la anterior senda de reducción del déficit. Como consecuencia de ello, Italia planea un deterioro en el saldo estructural del déficit para 2019 (el que no tiene en cuenta la posición cíclica de la economía) que equivale a un incremento del 0,8% del PIB, mientras que el Consejo recomendó una mejora del 0,6% del PIB.

Lo que le preocupa a Bruselas es que con una deuda que representa el 131% del PIB (cada italiano debe 37.000 euros) la sostenibilidad de las cuentas públicas sea inviable, toda vez que los gastos financieros representan el 3,8% del PIB. Máxime cuando el país vive atrapado en un estancamiento secular que impide rebajar el endeudamiento público por ausencia de crecimiento. Sin duda, por la renuencia de los gobiernos italianos a las reformas económicas.

La nueva realidad

¿Tiene razón Bruselas? Lo primer que sorprende en las cartas enviadas a Roma es la ausencia de sintonía con la nueva realidad económica. En un contexto de desaceleración de la actividad económica mundial, la burocracia europea mantiene el paso, como si el contexto exterior fuera irrelevante. Ignorando, por ejemplo, que los expertos a quienes consulta el BCE acaban de revisar a la baja el crecimiento de la región para 2018 y 2019, situándolo en el 2% y el 1,8%.

El Fondo Monetario lo ha hecho también muy recientemente, y es muy probable que otros servicios de estudios independientes hagan lo mismo en las próximas semanas. Como ha dicho el economista Ashoka Mody, antiguo director adjunto del departamento de investigación del FMI, “este es el contexto en el que se debe juzgar el debate cada vez más estridente entre Roma y Bruselas”. Mody, hay que decirlo, conoce bien el paño, toda vez que fue uno de los hombres de negro del FMI durante la intervención de Irlanda.

placeholder El economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI), Oliver Blanchard. (EFE)
El economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI), Oliver Blanchard. (EFE)

Aplicar políticas de ajuste en un contexto de desaceleración de la actividad económica es completamente irresponsable. El propio Oliver Blanchard, antiguo economista jefe del FMI, admitió en su día que los multiplicadores de crecimiento previstos en los momentos más duros de la crisis por el recorte del gasto público eran erróneos, como se ha demostrado en Grecia, cuyo débil tejido productivo ha sido devastado y hoy es el país más endeudado de la UE. El caso de Italia es distinto, entre otras cosas porque mantiene superávit fiscal primario, es decir, sin contar el pago de intereses, algo que todavía España no ha logrado una década después de la caída de Lehman.

La receta aplicada hasta ahora a Italia para relanzar el crecimiento -no todo es austericidio- ha sido la de impulsar la inversión pública productiva mediante instrumentos como el Plan Juncker, como recordaba en su carta Bruselas, pero es probable que esa sea una fórmula desfasada. O, al menos, insuficiente.

Economistas como Mohamed A. El-Erian han sugerido mayor flexibilidad a Bruselas y no tener miedo a políticas no convencionales

Cada vez más economistas sugieren que para aumentar la demanda agregada es más eficaz ayudar a las familias directamente por su mayor propensión al consumo. Y en este sentido, lo que ha planteado el Gobierno transalpino no parece una locura: destinar unos 6.700 millones de euros para dar un ingreso o una renta mínima de 780 euros al mes a quienes no trabajan, a quienes ganan poco, a quienes no hacen la declaración de ingresos y a los ancianos con escasos recursos. Es decir, la mitad de lo que costó la última reforma fiscal en España. ¿O es que Pedro Sánchez, que ahora viaja a Milán para dar lecciones de europeísmo, no planteaba en la oposición crear un ingreso mínimo vital para los más desfavorecidos (lea aquí la propuesta)?

Economistas como Mohamed A. El-Erian, uno de los más influyentes del mundo, han sugerido mayor flexibilidad a Bruselas (siempre que Italia se comprometa con las reformas) y no tener miedo a políticas no convencionales, utilizando la jerga del BCE.

¿Razones económicas?

Es probable que Bruselas no haga caso. Sin duda, por razones políticas, no económicas. La Comisión Europea, en el fondo, lo que quiere es castigar la heterodoxia del Gobierno populista italiano, como antes hiciera con la Grecia de Tsipras, mientras que a países claramente incumplidores (como España) le han permitido casi todo. Básicamente, porque tanto Rajoy como Sánchez han querido siempre aparecer ante la opinión pública como leales socios de Bruselas, cuando la realidad ha sido muy distinta, hasta el punto de que España sigue siendo un año más el país con mayor déficit de la UE.

De hecho, fue el comisario Moscovici, que ahora pretende pasar por el gendarme de la ortodoxia presupuestaria, quien salvó a España de una multa de hasta el 0,2% del PIB (la misma que ahora quiere imponer a Italia) al realizar en la reunión del colegio de comisarios de septiembre de 2016 (aquí se pueden leer las actas) una encendida defensa de por qué hubiera sido un error, político y económico, castigar a España y Portugal. Y lo hizo, precisamente, el garante de que se cumplan los tratados de la UE.

placeholder El vicepresidente del Ejecutivo comunitario para el Euro, Valdis Dombrovskis. (EFE)
El vicepresidente del Ejecutivo comunitario para el Euro, Valdis Dombrovskis. (EFE)

Entonces, con buen criterio, y frente a lo que pretendía el vicepresidente Dombrovskis, triunfó una solución política: era completamente absurdo multar con casi 2.400 millones de euros a España cuando el problema era, precisamente, de gasto público.

Lo relevante, en todo caso, y más allá del análisis económico, es una valoración ajustada a la realidad de lo que está pasando en Italia, uno de los pilares de Europa durante décadas, y que hoy es uno de los países más euroescépticos (el 51% de los italianos no confía en Europa, según el último Eurobarómetro. Por algo será.

La estrategia ortodoxa de Bruselas -que llegó cuatro años más tarde que EEUU o Reino Unido a políticas monetarias expansivas generando un enorme sufrimiento a millones de ciudadanos- solo aumentará las expectativas de voto del populismo, que se crece, precisamente, cuando es atacado por una intransigencia poco constructiva que ha cosechado bastantes fracasos. Si el BCE hubiera actuado con decisión en 2008 y no en 2012, es probable que nadie conociera a ese siniestro personaje que es Salvini. Merece la pena recordarlo.

El comisario europeo de Asuntos Financieros, Pierre Moscovici, ha dicho del eurodiputado italiano que pisoteó sus notas a comienzos de la semana pasada que es un “cretino, un provocador y un fascista”. Probablemente, tenga razón. Es evidente que la extraña coalición que gobierna Italia representa lo peor de los valores europeos. Y ese tipo de actos solo muestran el desprecio por instituciones democráticas.

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