Oro

Oro

El oro ha sido en la historia de la humanidad el metal precioso por excelencia, expresión de riqueza, buen gusto y, sobre todo, de poder. La fiebre del oro de Norteamérica atrajo a centenares de miles de inmigrantes hacia los Estados Unidos – para la búsqueda de las famosas “pepitas” de oro – contribuyendo de manera decisiva al asentamiento poblacional de ese gigantesco país.

El expansionismo territorial y la ocupación de otros países – la apropiación de territorios que pertenecían a México y el botín del Tratado de París de 1898 (Cuba, Puerto Rico y Filipinas) respectivamente -, fueron levantando a Estados Unidos hacia un lugar cimero en el escenario mundial, definitivamente catapultado al liderazgo absoluto del mundo como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Mientras  Europa y Asia quedaron destruidas, la economía norteamericana fue la única que quedó prácticamente intacta y, por ende, en condiciones de rescatar al resto del mundo. Los flujos financieros del Plan Marshall fueron la salvación de Europa.

Era el momento de dotar a esa posición privilegiada de las herramientas que consolidasen el rol de liderazgo.

Había que institucionalizar esa nueva realidad y así se convocó a una reunión en una localidad en las afueras de Washington, Bretton Woods, para organizar la economía y las finanzas del mundo. Europa presentó una propuesta sustentada en las concepciones de John M. Keynes, el economista más brillante del Siglo XX, y delegado de la Gran Bretaña. Sin embargo, de esa reunión, aparte de la creación del FMI y el Banco Mundial, surgió un sistema financiero basado en los intereses de los Estados Unidos, de quien dependía Europa, confirmando el viejo adagio de que el que paga, manda.

Keynes advirtió que se había creado un sistema monetario-financiero internacional destinado al fracaso porque era un sistema internacional basado en el uso de una moneda nacional.

El dólar se convirtió en dueño y señor de los escenarios mundiales respaldado por el oro y la libre convertibilidad; o sea los dólares podían convertirse en oro en el Tesoro de los EE.UU. Una onza de oro costaba 35 dólares. Solo un cuarto de siglo fue necesario para que la realidad le diese la razón a Keynes.

Estados Unidos financió la guerra de Vietnam con lo que aquí llamaríamos “inorgánicos” lo que provocó que en los años iniciales del decenio de 1970 en el mundo estuviesen circulando 24 mil millones de dólares y en las arcas del Tesoro solo habían barras de oro respaldando 12 mil millones, lo que creaba la posibilidad teórica de la insolvencia del Tesoro.

En consecuencia, el Presidente Nixon tomó decisiones ineludibles: abolió la libre convertibilidad del dólar en oro y devalúo el dólar con relación al oro primero en un 7% y después en otro 8%.

Había comenzado la declinación de la moneda norteamericana. El refugio se busca ahora en el oro aumentando su demanda. Hoy la onza de oro coquetea con los 2,000 dólares, muestra de una moneda cada día más débil, en un mundo financieramente muy global.

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