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La crisis de la izquierda en Europa

La socialdemocracia da otro paso atrás

Al declive generalizado en toda la UE se suma el fracaso de la izquierda sueca - Los partidos sufren una hemorragia de votantes que la derecha ha sabido captar

El retroceso sufrido por la socialdemocracia sueca en las elecciones del domingo se suma al declive generalizado que viene experimentando la izquierda en toda Europa. En Suecia, como en Alemania, Francia, Holanda o Dinamarca, el centro izquierda ha registrado una hemorragia de votantes en todas direcciones. La coalición de centro izquierda obtuvo 157 escaños con un 43,6% de los votos, dos puntos menos que en los comicios de 2006, donde lograron 171 escaños. En ese bloque, el Partido Socialdemócrata retrocedió cuatro puntos con respecto al resultado de 2006, cosechando un 30,9%, el peor resultado desde 1920.

La izquierda radical, los verdes, los conservadores y hasta la ultraderecha están recibiendo apoyos de ciudadanos que antes se identificaban con los partidos socialdemócratas.

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Al margen de que los retrocesos de la izquierda en cada país tiene sus particularidades, banderas históricas de todos estos partidos como la integración de los inmigrantes, la tolerancia religiosa o la unificación europea están siendo utilizadas por la derecha radical -con especial virulencia las de Suecia, Holanda y Francia- para socavar la popularidad del centroizquierda.

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La derrota en Suecia del partido que gobernó el país durante 65 de los últimos 78 años dejó en evidencia la incapacidad de sus políticos para conectar con la nueva clase media, mucho menos dispuesta que sus predecesoras a sostener un generosísimo Estado de bienestar. Pero no ha sido un proceso de un día para otro. El declive de la formación que construyó el admirado modelo sueco y que vertebró el desarrollo de una de las sociedades más civilizadas, liberales e innovadoras del mundo ha sido imparable a lo largo de la última década. El derrumbe de la otrora poderosa socialdemocracia sueca facilitó que los conservadores obtuvieran un segundo mandato y que la ultraderecha lograse entrar en el Parlamento. Ambos hechos son inéditos en el país escandinavo.

Entre las causas de este distanciamiento con los votantes destaca la difundida sensación de abusos en las prestaciones sociales, fundada en datos estadísticos, que han demostrado, por ejemplo, que las bajas laborales superan la media europea. La percepción de que el sistema era insostenible ante la auténtica avalancha de inmigrantes que el país ha recibido en las últimas décadas también jugó un papel relevante.

El bloque de derechas liderado por el primer ministro Fredrik Reinfeldt supo interpretar esas inquietudes ofreciendo un proyecto que preserva los pilares del sistema de bienestar, pero que rebaja la universalidad de las prestaciones y promete mano dura contra los abusos.Todo ello, acompañado de un recorte de impuestos para los trabajadores. Pese a ello, la presión fiscal sueca, que ha bajado del 52% al 46% del PIB, es la más elevada de los países ricos de la OCDE tras la danesa.

Los socialdemócratas insistieron en presentarse como paladines del modelo del Estado de bienestar y como los últimos defensores de la cohesión social gracias a la redistribución de la riqueza que permite la elevada presión fiscal. Descartaron rebajar los impuestos a la clase media y, paradójicamente, su posición facilitó que la formación de Reinfeldt pudiera presentarse como el "verdadero partido de los trabajadores". La falta de carisma de la candidata socialdemócrata, Mona Sahlin, de 53 años, hizo el resto.

La percepción generalizada de que la izquierda ha sido cómplice de la desregulación financiera y el excesivo liberalismo en los que se ha incubado la peor crisis financiera de los últimos 70 años ha sido muy fuerte en países como Alemania, Francia o Reino Unido. Los tres estuvieron gobernados por la socialdemocracia durante buena parte del último decenio y los tres ya han cambiado de color político. Y ante el incremento de la desigualdad en la redistribución de la renta en la mayoría de los países europeos, las clases más castigadas ya no ven en el centroizquierda el refugio de antaño.

Actualmente, solo España, Grecia, Portugal, Austria, Eslovenia y Chipre están gobernados por partidos de izquierda en solitario o en coalición dentro de la Unión Europea. Son solo seis Estados de los 27 que forman la comunidad. Hace 10 años, 11 de los 15 países que por entonces componían la UE estaban en manos de la socialdemocracia.

Probablemente, es un símbolo de los tiempos que los socialdemócratas suecos hayan sido derrotados por un político pragmático como el primer ministro Reinfeldt. Los dilemas a los que se ha enfrentado y que no ha sabido resolver la izquierda sueca, como el de la inmigración y la seguridad pública, subyacen en procesos de renovación clave para el futuro del centroizquierda europeo como los del laborismo británico y el socialismo francés.

A finales de esta semana, el Partido Laborista tiene que elegir un dirigente tras la derrota electoral del pasado mayo. Las opciones son las de regresar a la senda de la socialdemocracia moderada inspirada por el Nuevo Laborismo del ex primer ministro Tony Blair, que imperó durante una década desde 1997, o llevar el partido más hacia la izquierda para intentar recuperar el voto de la clase obrera y de los trabajadores del sector público. El ex ministro de Exteriores David Miliband representa la opción del blairismo mientras que su hermano Ed Miliband y el ex miembro del gabinete Ed Balls proponen un giro con distintos grados hacia el viejo laborismo.

En Francia, los socialistas se debaten entre tres posibilidades para recuperar el poder. Pueden optar por el "social-liberal" Dominique Strauss-Kahn, actual director gerente del Fondo Monetario Internacional, una socialista de la vieja escuela como Martine Aubry (actual líder del partido), o una populista de izquierdas como Ségolène Royal. Las dos mujeres quieren revertir la reforma del sistema de pensiones del presidente Sarkozy, que ha elevado la edad de jubilación. Strauss-Kahn ha dicho que la jubilación a los 60 años no puede convertirse en un dogma y menos cuando la esperanza de vida ha aumentado tanto.

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