LOS PLIEGOS SIN CORDEL

Adiós a todo esto

«Y AHORA, ¿quién contará nuestras historias?» Estábamos hablando del fin del mundo periodístico, tal y como hasta ahora lo hemos conocido, cuando mi amiga, una de las mayores activistas de la cultura en la región, me miró espantada y me lanzó esta pregunta desoladoramente simple: «Y ahora, ¿quién contará nuestras historias?» O, formulada aún más concretamente, quién, en un medio expandido y plural y no en algún cantón de Facebook, las contará con solvencia, independencia y criterio a cambio de un salario digno que garantice ante el lector la independencia mínima de un trabajo razonablemente bien hecho.

Adiós a todo esto. Este mundo se despide y no veo entre los amigos culturetas, tan endogámicamente encapsulados en su limbo, la más mínima conciencia -de solidaridad, ni hablemos: ¿eso son cosas de obreros, verdad?- ante el próximo episodio -el nuestro- del apagón informativo que ya está condenando a la cultura a sobrevivir en el cajón ridículo de esos 140 caracteres que niegan el verdadero debate y el verdadero pensamiento para entronizar a una nueva casta de creadores cuya mayor habilidad para el éxito podría ser el astuto manejo de unos hashtags.

Yo me había jurado no escribir otro réquiem impotente por nuestra tristísima contribución a la muerte del oficio. Demasiados errores gravísimos -ejecutivos borrachos de poder jugando a la ruleta especulativa con nuestro trabajo; haber confiado nuestro futuro a unos apóstoles de la gratuidad y lo digital que ahora nos arrastran a la tumba; no haber sabido adaptarnos al nuevo paradigma en el que la prensa ya no es la «abeja madre» de la intermediación social...- me habían llevado a aceptar irremisiblemente esta deriva. Pero ahora que mi amiga me lanza esta pregunta y que, muy pronto, en estas páginas nadie contará vuestras novelas ni vuestras pinturas, me parece que muchos de vosotros mismos no habéis contribuido demasiado a que este diálogo abierto que es un periódico no se interrumpa, como va a ocurrir, dramática y abruptamente.

Leo en vuestros muros y en vuestros instagrames vuestras quejas exquisitas hacia una prensa que ahora parece la culpable de todos los diluvios. Pues, entonado el mea culpa de nuestros errores fatales, ahora os digo: nada podéis exigirnos porque no os debemos nada. No, desde que dejasteis de poner un par de monedas en el mostrador de los quioscos. No, desde que creísteis que con circular vuestros tuits y otras (improductivas) economías del enlace, ya no nos necesitábais para nada. No, desde que creísteis que con que replicáramos obedientemente vuestras aduladoras notitas de prensa sería suficiente. No, desde que creísteis que haciendo circular dos fotos borrosas tomadas con el móvil y un cacho de ese coñazo llamado Periscope podíais ser informativamente autosuficientes. Podéis seguir enterrando al público bajo ese lodazal de naderías digitales. Pero, con nuestra extinción, preparaos para lo que os viene: más oscuridad y más silencio, más anonimato y más trabajo -el vuestro- en hacer circular vuestros asuntos, porque nosotros estamos a un paso de dejar de ocuparnos de ellos. Y, sobre todo, preparaos para recibir menos calidad en los tratamientos porque vuestro pecado de intoxicación y la devaluación de mi oficio trae esto: urgencias, precariedad, materiales de aluvión y cascotes de derribo.

Los que saben, como mi amiga, que el plus de calidad venía de los buenos periodistas temen, con razón, que ahora el mundo no cuente sus historias, cada vez más replegadas a una débil periferia periodística que está por ver si ocupará el centro algún día. Y cómo, y por cuánto, y con cuántos profesionales que de verdad le den ambición, solidez y prestigio. Un consejo: apoyadlos más activamente que a nosotros, porque con ellos os estáis rifando el último bastión de un sistema informativo razonablemente razonable contra el que también arremeterá este liberalismo canalla y soez que ha decidido no tener testigos.

He permanecido 16 años vinculado a este periódico y pronto voy a lamentar que hoy sea viernes, cinco de la tarde, y ya no tenga que escribir estos tres folios. Una rutina muy feliz que durante 15 años me chuté como se hace esto: con el vértigo del vivo y en caliente. Los periodistas somos así de naïfs, de adictivos o infantiles. Lo hice con placer y convicción, pues un artículo es una mezcla explosiva de vehemencia y fulgor. Si hubo algún damnificado, pido perdón. Por contra, los que se sintieron zaheridos sólo porque esperaban otro estúpido «masaje mimosín», sepan que su orgullosa petulancia también está matando el oficio. Hacerlo para toda Andalucía fue una doble recompensa para alguien que, como mi amiga y yo, realmente se creyó que podía tener algún interés contarles a ustedes nuestras historias. De hecho, y aunque el barco se hunda, aún sigo creyéndolo. Seguirá habiendo historias. Pero no aquí.

Adiós. Fue un placer.