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De la indignación al compromiso

«Que vengan a la agrupación y hablamos, ¡claro que sí!» Con esta afirmación, cargada de simplismo y paternalismo, algunos importantes dirigentes socialistas han respondido a sus bases, cuando éstas les han interpelado en relación al movimiento del 15M y la necesidad de articular una respuesta desde el partido.

Otras reacciones se han centrado en reivindicar la política formal como el auténtico y genuino compromiso. Y en reprochar a los «indignados» un exceso de emotividad o idealismo y contraponer el esfuerzo militante, la práctica orgánica y los rituales de partido como el buen compromiso, el de verdad. Una mezcla de arrogancia y desprecio hacia lo que no comprenden empieza a cuajar. La incapacidad de establecer prioridades o propuestas, en clave tradicional, o la ambición y pretensión de muchas de éstas, es utilizada también como la prueba irrefutable de lo liviano, epidérmico, naif o «pequeño burgués» del movimiento. «No van a ninguna parte», se oye primero entre murmuros, luego en voz alta.

La tentación de responder con recelo hacia los indignados, después de tan severo cuestionamiento público, mediático (y electoral) por parte de la ciudadanía, sería la peor de las reacciones. Hay quien todavía pretende comprender las acampadas en base al número de acampados. Craso error.

Algunos expertos  como Seteven Johnson señalan que estos movimientos que encuentran su ecosistema natural en las redes sociales, tienen mucha capacidad de convocatoria, consiguen concentrar a mucha gente, crear mucha energía, etc. pero, carecen de herramientas para dirigir a las personas de abajo hacia arriba, para conseguir un objetivo final concreto…

Por eso, las viejas ecuaciones y las preguntas tradicionales ya no sirven: ¿quiénes son?, ¿cuántos?, ¿a quiénes representan?, ¿quiénes son sus líderes?, ¿qué quieren?… El 15M será relevante porque cambia las percepciones y el clima de la política entre los progresistas, sea cual sea el número de manifestantes, la solidez de sus propuestas, la evolución organizativa o la interlocución o liderazgo de las asambleas. “Cuando el sabio señala la Luna, solo un necio mira el dedo”, dice el proverbio sabio.

Estos movimientos representan lo que no se ve. Un estado de ánimo de insatisfacción, de desconfianza, y de decepción hacia la política formal, en todos los sectores sociales, pero, en particular, entre los más vulnerables y los votantes progresistas. Según se desprende de los datos ofrecidos por los sondeos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), para cerca del 75% de los ciudadanos de a pie la actividad política es una actividad corrupta. Y la política, como tal, se señala como el segundo problema que más preocupa a los españoles. Ya en 2007, estos mismos sondeos indicaban la opinión mayoritaria (60%) de que las personas como ellos no tenían “ninguna influencia” en la labor del Gobierno y que un ciudadano medio no influye en el desarrollo de la vida política.

La pérdida de poder alternativo y/o directivo por parte de la política frente al poder económico y el deslizamiento de su práctica democrática y participativa hacia formatos más ritualizados y vacíos de energía cívica han provocado una profunda decepción. La crisis, y sus dramáticas consecuencias sociales y personales, han convertido la desazón en indignación. Los ciudadanos más críticos no van a responder a la llamada del compromiso político por parte de aquellos que sienten que han sido incapaces —por omisión o dejación de funciones— de hacer la política necesaria, para resignarse con la política posible.

Los indignados no son, solo, los acampados. Son los votantes que se han perdido. Los que han vuelto a votar sin entusiasmo, los que han cambiado por despecho o buscando —de buena fe— otras oportunidades y relevos, los que han votado a partidos minoritarios, en blanco o nulo. Y también muchos de los que se han quedado, otra vez, en sus casas.

No les pidamos compromisos. Lo que quieren es el compromiso de la política formal de que ha escuchado —intuido— lo que todavía no comprende. La izquierda sin indignados no existe. Sin rebelión interior, emocional o colectiva no hay revoluciones. Tampoco reformas, no nos confundamos. El estado de ánimo que no se resigna a que la política solo sea el arte de lo posible, sino que reclama que la política sea la necesaria (aunque sea difícil, «imposible»…), es la energía vital más potente que tenemos para un proyecto reformador y renovador.

Sin indignados no hay política transformadora. Los resignados ya saben lo que hay que hacer.  Justo lo que algunos quieren: que la política solo sirva para la asignación democrática de la representación, no para cambiar el curso de la historia.

Publicado en: Fundación Ideas (6.06.2011)(versión pdf)
Fotografía: Ben Wicks para Unsplash

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75 COMENTARIOS

  1. No olviden que entre los indignados tambien hay votantes del PSOE, que aun tienen trabajo, y que la inercia les hace seguir votando igual, a pesar de su descontento. Esperen a su debacle final, si no son capaces de ver la realidad, en menos de un año muchos perderan su trabajo y entonces tendran tiempo, y mas necesidad, para salir a las calles.

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