Tore Sinding Bekkedal, un joven noruego que sobrevivió a la tragedia ocurrida en la isla de Utoya mientras se encontraba en el mismo edificio donde el atacante disparó contra los asistentes al campamento de verano de juventud laborista, tomó la decisión de relatar su traumática experiencia a través de su blog, como una forma de catarsis.

El texto, escrito por él en inglés, es una traducción de su original en noruego, algo que decidió hacer luego del interés internacional en su relato y de los errores que descubrió en las traducciones automáticas.

En él cuenta su experiencia en orden cronológico, desde el momento previo a que comenzara el tiroteo, hasta la llegada de la policía y la evacuación de los sobrevivientes.

Tore, abre su escrito con una cita de Stine Renate Håheim: “Si un sólo hombre puede mostrar tanto odio, sólo piensa cuanto amor podremos mostrar todos juntos”

El joven se encontraba en Utoya como camarógrafo para un discurso de Gro Harlem Brundtland, ex primera ministra y actual presidenta del Partido Laborista, que el atacante identificó posteriormente como una de las personas que se había propuesto asesinar.

A continuación, la traducción del texto al español:

Si un sólo hombre puede mostrar tanto odio,
sólo piensa cuanto amor podremos mostrar todos juntos

-Stine Renate Håheim

Escribí al Norwegian Post para contar mi experiencia en Utoya. Hace tiempo había dado este blog por muerto, pero había olvidado por completo que era parte del sindicato de Planet Debian. No quiero que el traductor de Google vuelva esto peor de lo que ya es: traducir “balas “ como “bolas” es particularmente engorroso.

No es de extrañar la atención internacional que ha generado esta situación, por ello prefiero escribir una traducción al inglés desde mi propia experiencia. Creo que, de alguna forma, es mi deber dar a conocer a todos lo que sucedió, pero sólo pretendo hacer una descripción bastante sobria de los eventos, junto a una que otra reflexión. Hay muchos detalles que prefiero omitir.

Otros ya han descrito su experiencia durante los eventos ocurridos en la isla. Yo quería escribir la mía también, pero para dejarla ir. En parte, quiero escribirlo porque no estoy seguro de poder recordar los detalles en un tiempo más… aunque creo que preferiría no recordarlos. Además, lo escribo porque la gente me pregunta continuamente sobre lo sucedido y es bastante mejor tener una página que entregarles. Al menos así no tengo que contar la misma historia una y otra vez.

Nuestra ex primera ministra y actual directora del Partido Laborista, Gro Harlem Brundtland, había llegado hace poco a la Isla. Yo haría de camarógrafo durante una entrevista en video donde ella hablaría sobre Utoya. Me encontraba junto al grupo de multimedios codificando el video a un formato legible por Youtube cuando alguien en la habitación comenzó a decir que Twitter estaba lleno de mensajes sobre una explosión en Oslo.

Los noticieros nos informaron de la extensión de los daños. Las informaciones coincidían en que la situación ya estaba controlada. Tan pronto como escuchamos aquello, nos llevaron hasta la sala principal del lugar donde estábamos.

Nuestra reunión se llevó a cabo como debía y un canal de televisión nos dijo que indagaría los hechos. Por supuesto, el caos tras la explosión hizo que las redes de WiFi y telefonía celular estuvieran inutilizables. Mientras esperaba para contactar a mis familiares, tuve que enfrentar las consecuencias de lo que había comido y aproveché de ir al baño.

Fue allí cuando escuché a las personas en el exterior hablar agitadas. Luego oí los gritos, seguidos de los balazos que provenían desde fuera de los baños. Sonaban como si vinieran de una pistola de juguete.

Estaba convencido de que alguien estaba jugando una broma de muy mal gusto, así que salí del baño receloso. A medida que abría la puerta, vi a dos de mis compañeros escondiéndose en una esquina. Sus rostros no dejaban absolutamente ninguna duda de que aquello no era un arma de juguete y menos aún una broma.

Me indicaron a través de señas que volviera al baño. Cerré la puerta e intenté tratar de entender qué pasaba. En medio de la confusión, la abrí de nuevo. Ellos aún me hacían señas para que me ocultara. Si no hubieran estado ahí, habría ido directo hacia el atacante; ellos salvaron mi vida.

Miré entonces hacia el salón principal y mis ojos se encontraron con los de un joven, tendido en medio de un charcho de sangre, que gesticulaba pidiéndome ayuda. Escuché entonces más disparos al interior del edificio y me volví a encerrar.

Mientras intentaba decidir cuál debía ser mi siguiente movimiento, me di cuenta que aquella puerta de fibra y madera no resistiría ni siquiera una bala. Entonces salí al salón principal en un intento de escapar del edificio. En ese punto, yo no estaba consciente de que aquel tiroteo era un intento de matar a tantas personas como fuese posible, así que pensé que salir al aire libre, donde había un espacio abierto, sería una buena forma de ponerme a salvo.

Por supuesto estaba equivocado, pero uno de los voluntarios del café me salvó la vida por segunda vez aquel día, llevándome hasta un pequeño baño de empleados.

Nos sentamos allí por aproximadamente 90 minutos, siempre listos para huir, listos para cualquier cosa. Era una dinámica de grupo bastante peculiar: estaba ahí, acompañado por estas dos personas con las que apenas había hablado. Llegamos a compartir un extraño sentimiento de destino en común.

Uno de ellos había visto al autor del tiroteo y lo describió vestido en uniforme de policía. Siendo realistas, me di cuenta que en ese entonces debíamos ser las únicas personas que sabíamos lo que pasaba, además de los heridos. Intenté llamar a los servicios de emergencia, pero estaban todas las líneas ocupadas. El ataque terrorista en Oslo probablemente había colapsado las líneas.

Finalmente conseguí hablar con un servicio de emergencia, quienes me informaron que la policía ya estaba en conocimiento de la situación e iban en camino. Tardaron 90 minutos y, para el momento en que nos evacuaron, el joven que yacía fuera del baño ya había muerto. Seguí viendo en sus ojos la misma desesperación con que me miró en un principio, mientras me trasladaba de una habitación a la otra. Tengo esas imágenes clavadas en mi mente y creo que jamás las podré olvidar.

Finalmente, la policía llegó. Para caminar fuera del edificio preferí irme por el pasillo fuera de la sala de conferencias, algo de lo que me arrepiento. Lo que vi simplemente está más allá de mi capacidad para describir las cosas. Es tan horrible que apenas lo recuerdo, el terror se apodera de mí.

Había un montón de gente apilada en un rincón: una gran pila de cadáveres. Una parte de mi conciencia me gritó que no hiciera nada, que sólo avisara a la policía. Los cuerpos estaban todos ensangrentados y una gruesa capa de sangre se extendía al menos medio metro alrededor de ellos. El policía al otro lado del salón me gritaba órdenes, pero me gritaba tan fuerte que al principio no era capaz de comprenderle.

Primero nos movieron a las oficinas de un periódico. Allí quedamos 8 de nosotros y creo que una chica que estaba herida en el piso. Peleaba por mantenerse consciente. La cubrimos con abrigos para que mantuviese el calor o al menos, detuviera sus hemorragias. La bala no había llegado hasta su corazón pero, por la forma de la herida, se notaba que había fallado por poco. No sé quién era esa joven ni en qué estado se encontrará ahora. Me senté atrás y jamás le vi el rostro. Trataron de curar sus heridas pero no sé por cuanto tiempo permanecimos ahí. La verdad es que perdí toda noción del tiempo.

Un chico que sí la conocía se encontraba esposado y protestaba exaltadamente. En ese momento no entendía por qué lo esposaban, y el policía nos respondía algo que no tenía ningún sentido. No vi cuando le sacaron las esposas pero recuerdo que pensé que esa forma de tratarlo había hecho toda la experiencia aún peor para él.

Intenté consolarlo, pero sabía que no serviría de mucho. Más tarde, cuando las cosas se calmaron un poco, se nos dijo que el joven estaba esposado porque provenía de un área que no se había verificado. La policía fue extremadamente buena explicándonos que había pasado y por qué. Eso nos ayudó mucho y estoy muy agradecido por ello.

Luego nos trasladaron a un pasillo del edificio, donde nos encontramos con un grupo de cerca de 50 personas. Cuando logré ver a las dos personas que habían salvado mi vida, la emoción me embargó. Los abracé y me eché a llorar. Segundos después volví a razonar y me di cuenta que aún no era el momento. Traté de controlar mis pensamientos y los temblores de mi cuerpo y me senté. Se nos dio chocolate y una bebida del quiosco.

Recuerdo haber hecho una broma sobre que no alegrarse de haber recibido dulces gratis era indicio inequívoco de lo mal que estaba la situación. Todos nos reímos. El humor es un mecanismo de defensa, pero luego te hace sentir culpable por haberlo usado.

Nos llevaron en una sola fila con las manos sobre la cabeza. Recuerdo que me preocupó mucho que alguien se resbalara por la ladera fangosa y se creara algún tipo de situación tensa por un malentendido. Afuera se venían más cuerpos. Algunos tenían cubiertas improvisadas, tan extrañas como un castillo de juegos desinflado, pero otros simplemente estaban tirados por ahí.

Todos a quienes conocí allí tenían un coraje, una disciplina mental y un propósito que iba más allá de lo que yo hubiese esperado de cualquier persona tan joven como ellos. Todos se controlaban a sí mismos con una entereza que podría decirse que ni siquiera hacían una mueca por lo sucedido.

Ya en un lugar seguro, se nos ofrecieron mantas. Me preguntaron si tenía alguna lesión y me pidieron que me levantara mi camisa para mostrarles mi abdomen. Nos mostraron el autobús que nos llevaría al hotel donde estaban los sobrevivientes y sus familias. No puedo describir con palabras todo el alivio que sentí cuando tuve la oportunidad de abrazar a mis compañeros.

Era algo completamente diferente a todo lo que había sentido nunca en toda mi vida. Era una sensación de euforia contrastada por la idea de que a muchos no los podría ver de nuevo, compañeros que me había provocado un gran orgullo llamar “mis amigos”, gente con un futuro para servir a la humanidad, futuros que me había entretenido en intentar adivinar. La sensación que sigue me molesta más… es la sensación de que muchos de mis camaradas dejaron atrás a sus familias y sus amigos. Que sus vidas les fueron arrancadas sin ningún sentido.

No sé cuánto más que esto podría contarles acerca de los eventos ocurridos en Utoya, Me gustaría de todos modos, ofrecer algunas reflexiones.

Primero, desde el fondo de mi corazón, quiero agradecer a la Policía, quienes salvaron las vidas de tantas personas y quienes aún continúan en la isla. Los turistas, quienes subieron a sus botes a los nadadores, y a los servicios de rescate, compuestos de voluntarios que hicieron su mayor esfuerzo.

La oportunidad de pasar tiempo con aquellos camaradas, quienes pasaron por las mismas experiencias que yo, también ha sido una experiencia que agradezco. Eso además del alivio tan grande de encontrar a mis amigos más cercanos entre los sobrevivientes. Fue increíble.

Si pudiera mencionar una cosa positiva de esta tragedia sería que, si el atacante hubiera llegado con un su arma automática 15 ó 20 minutos antes, habría llegado durante la reunión informativa, en un momento en el que el salón central estaba completamente lleno. Las muertes habrían sido muchísimas más. Estoy muy conciente de que esto supone un consuelo mínimo o inexistente para quienes perdieron a sus cercanos, sin embargo para mí, sí lo es.

No podemos dejar toda esta experiencia bajo la alfombra dando por hecho que este fue -sin lugar a dudas- un ataque político al movimiento laborista. Sin embargo y por fortuna, esto también fue percibido por la comunidad como un ataque al pueblo noruego, como símbolo de la amplia participación democracia en que descansa el alma de nuestra nación.

No puedo dejar de agradecer a nuestra gente y también a las personas de otras naciones quienes han ofrecido sus condolencias. Es suficiente para nosotros que nos muestren su apoyo y compartan nuestra pena. Ha sido realmente una tremenda ayuda para mí el saber que tanta gente lo siente con y como nosotros.

Además, quiero agradecer desde lo más profundo a todas aquellas celque han entregado su apoyo, tanto nacionales como internacionales, y al entorno político que, con su resolución y constancia me salvaron de perder incluso más de lo que podía darme cuenta; nuestra libertad en la democracia.

Nuestra partido ha perdido a muchos de sus más brillantes jóvenes. Personalmente tengo una sensación de furia, una necesidad urgente de que las ruedas de la sociedad se pongan en movimiento otra vez. Quiero mostrarle a los de su tipo que no nos ha quebrantado. Somos más fuertes que eso. No me atemorizarán empujándome al silencio y la pasividad. En recuerdo a nuestros muertos es que quiero honrarlos continuando nuestro trabajo en común.

Quiero terminar esto con una solicitud a todos quienes lean esto, repitiendo las palabras de uno de mis mejores amigos y camarada: por favor, no dejen sus mensajes de odio, deseos de reinstaurar la pena de muerte ni nada parecido. Si alguien tiene la idea de que vamos a mejorar algo matando a esta triste y pequeña persona, está profundamente equivocado. Toda la atención debe derivarse ahora en cuidar de las víctimas y de las familias de aquellos que no tuvieron mi suerte, y no en darle al perpetrador la tribuna pública que quiere.

Tore Sinding Bekkedal